Estas son las pequeñas historias de unas personas que a causa de la Guerra han emprendido un largo viaje de casi 3000 km. El autobús les lleva lejos de las bombas, pero también lejos de sus hogares y de sus seres queridos. El destino, diferentes pueblos del Camp de Turia, donde empezar una nueva vida. UN VIAJE HUYENDO DE LA GUERRA: DE UCRANIA A CAMP DE TURIA

Foto: Pere Arnaldo
Son las dos. Ha llegado la hora de salida. Caterina escribe en el traductor de su móvil: “Hoy es un día de suerte, por fin he encontrado un autobús que me saca de aquí”. Me lo muestra en su teléfono mientras sonríe agradecida. Es un autobús que ha organizado Juntos por la Vida, una pequeña ONG Valenciana que durante 25 años se dedicó a acoger niños de Chernóbil en verano. Año a año fueron creando vínculos entre ellos y las familias valencianas de acogida. Estaban pensando si diluir la Asociación, porque ya no era necesario traer a los niños a España, cuando empezó este conflicto y su respuesta fue inmediata.
Llanos y Clara dos de las fundadoras, hicieron las maletas y volaron hasta la frontera con Polonia para intentar sacar a sus hijas de acogida. Cuando llegaron y vieron el drama humanitario, con la salida de 10.000 mujeres y niños cada día huyendo, decidieron quedarse y ayudar. Tenían contactos, organización, infraestructura, y han sido, desde su humildad, una de las organizaciones que mejor está funcionando desde que hace más de un mes explotó esta Guerra. De hecho, han conseguido sacar en autobuses a unas 50 personas diarias para ser acogidas por familias de Valencia, Barcelona o Galicia. Más de 1.000 ya viven en diferentes pueblos de la Comunidad: Masamagrell, Burjassot y ahora también la comarca Camp de Turia: Mascamarena, l’Eliana, la Pobla o Llíria.
Son las dos de un sábado en Przemyśl, una pequeña ciudad polaca de 66.000 vecinos, a 17 kilómetros de la frontera con Ucrania, que ha recibido a más de 300.000 personas que huyen de la guerra. El bus está aparcado en el parking de TESCO, un supermercado abandonado, reconvertido en campo de refugiados, el interior está lleno de camastros y colchonetas. El lugar es tan grande que hay un croquis que explica la distribución de los pabellones. En uno de ellos aparece la bandera española y un logo de la Fundación Juntos por la Vida donde se acercan muchos refugiados que quieren llegar a España. Todas las personas están registradas y cada uno tiene un destino asignado a la espera de que vayan llegando autobuses que los aleje de las bombas.
- Foto: Pere Arnaldo
- Foto: Pere Arnaldo
Hoy es el turno de la mujer que me muestra en su móvil: “Es mi día de suerte, por fin puedo salir”. No sabe dónde va, ni donde está Valencia, no puede decir ni una palabra en el idioma, no conoce a nadie, pero es su día de suerte. Como ella, llevan a 34 mujeres y niños al Camp de Turia. Le digo a su traductor que yo soy de allí, que todo va a ir bien. El traductor de su móvil habla en ucraniano y ella me regala una sonrisa mezcla de agradecimiento e incertidumbre. Yo contengo el llanto.

Foto: Pere Arnaldo
Como Caterina, el resto de las mujeres que viajaran en este autobús a Valencia, van metiendo sus pertenencias en el maletero del bus. Una vida reducida a dos mochilas. También hay carritos de bebes y una jaula para un perro guía. Es para un niño que tiene fibrosis quística y su madre. Ellos no sonríen, el perro también está intranquilo. Es un largo viaje, más de 40 horas para llegar a alguna parte, que todavía no pueden ni pronunciar. Han conseguido que el perro pueda viajar con ellos, un pequeño triunfo en esta batalla diaria desde que dejaron su casa, sus médicos, su rutina. El precioso golden blanco se tumba delante del asiento de la última fila donde viajaran para que el niño tenga más espacio. Es su guardián y lo guiará en este nuevo viaje.
Dos asientos más adelante, hay dos señoras mayores de piel arrugada y mirada triste. Tratan de saludarme con una sonrisa, educadamente, pero el peso de tener que dejar su hogar a esa edad tensa su expresión dulce de matroskas eslavas. Hasta ahora sentían que eran pueblos hermanos. Miran por la ventanilla del autobús, puede que nunca regresen a ver esos fríos paisajes de vastas llanuras llenas de campos de cereal y patata. Una vida plantada en aquellos duros y bellos parajes que ahora abandonan sin la esperanza ya de empezar una nueva vida en otro lugar. Tan solo la nostalgia las acompaña, han dejado a sus hijos y a sus nietos en el frente. No hay motivo para sonreír, aun así, cortésmente sus ojos se iluminan para agradecer mi sonrisa de ánimo.
Al otro lado del pasillo del autobús, en cambio, una madre y su hija de 6 años, sonríen tiernamente. La madre le cepilla el pelo con un peine de princesas, como la mochila rosa, de donde la niña saca una muñeca y juega ajena, contenta. Se la han regalado en una ONG, es parte de los juguetes recogidos por las iniciativas solidarias ciudadanas. Este ha sido uno de los principales objetivos en Przemyśl, que los niños puedan sobrellevar la situación casi como un juego. Su madre también tiene este objetivo, mientras le trenza el cabello rubio intenta que no la vea llorar, que no eche de menos a su papá que está en el frente, y que se entretenga las largas horas del viaje con su muñeca.

Foto: Pere Arnaldo
Lo mismo pasa con las filas de delante. Es un éxodo de madres con sus hijas pequeñas, protegidas del frío con sus gorritos y cargadas con sus mochilitas rosas. Dentro llevan globos, golosinas, dos dinosaurios, pinturas de colores que les dieron los voluntarios para dibujar, galletitas y sobre todo los ositos de peluche a los que se abrazan. Cada niño tiene un peluche que se ha convertido en mejor amigo y confidente, lo acarician, lo arrastran por todas las fronteras, campo de refugiados o parkings que han pasado en los últimos días. Si hablaran los peluches seguramente avergonzarían a políticos y generales por esta guerra. Pero los peluches no hablan, solo arrullan.
A última hora llega una mujer con dos hijas de 9 y 5 años viene de Járkov. Dice que alguien la espera en Barcelona, viene un voluntario de Juntos por la vida, hace de traductor para explicarle al chofer donde tiene que dejarla. Le preocupa donde llegar, quien la recogerá, aunque también le preocupa su marido al que ha dejado en el ejército, y su hermano y sus padres. Son familias rotas. Se muestra entera, fuerte por sus hijas, su principal preocupación es la recogida en Barcelona. Allí aspira a poder escolarizar a sus hijas para que puedan tener un futuro. Ella era profesora, ahora no sabe qué hará cuando lleguen a la ciudad condal, solamente que un conocido de su marido les puede ayudar, y eso ahora mismo ya es mucho.

Foto: Pere Arnaldo
Para poder subir al autobús hay que registrarse y pasar controles que aseguren el destino de todas estas familias ucranianas. Ya nadie puede salir del país en coches de particulares, por eso desde la Fundación Juntos por la Vida insisten en que no son eficientes las iniciativas particulares de plantarse en la frontera con un coche, por más buena que sea la intención de ayudar. Algunos se han vuelto de vacío. Tampoco necesitan más ropa.
En la primera fila del bus sube Solomia, una joven estudiante de 18 años que viaja sola. Es la única que chapurrea algo de inglés, las demás personas del autobús solo hablan ruso y ucraniano. El lenguaje es un muro para la integración. Aunque Solomia está ilusionada, y dice que aprende rápido. Le han dado una beca Erasmus en la Universidad Politécnica de Valencia. Es una estudiante modélica, roza la excelencia y aunque no sabe ni donde está Valencia, busca en su móvil información, parece que le gusta lo que dice el google, “tiene playa”, comenta. Se muestra contenta y agradecida, aunque a veces también mira por la ventana y le cae una lágrima. Deja atrás a todos los suyos, y empieza un viaje sola.
Pero no tiene tiempo de lamentaciones, tiene que ayudar, hace de traductora y pasa lista con las 34 personas que están en el autobús. Han de pasar a Cracovia a por más personas, esta noche han tenido que fumigar el campo de refugiados porque se había extendido un virus intestinal, y han trasladado a cientos de personas a refugios de Cracovia. Lo que para algunos ha sido una desgracia para otros se ha convertido en un día de suerte. Algunas de las personas refugiadas de este autobús, no tenían que ser las que viajaran a Camp de Turia. Pero eran las pocas que estaban en el Tesco cuando a las 2 llegó el bus.
Javi, el chofer valenciano tampoco se lo esperaba y pone en google maps la dirección en Cracovia donde recogerán hasta llenar las 50 plazas del autobús. El y su compañero tiene un corazón más grande que sus conocimientos de ruso o inglés. De Cracovia van a conducir hasta Alemania donde harán noche, y al día siguiente conducirán del tirón hasta llevarlos a un lugar seguro en los pueblos del Camp de Turia. En total más de 2879 kilómetros y 40 horas de viaje les separan la frontera de la guerra de un nuevo hogar donde reconstruir sus vidas. “Es el segundo viaje que hago a Valencia, el primero me partió el corazón, viajaba María un bebe de un mes con su mama, y creo que la llevaré siempre conmigo. Encima enfermó de gastroenteritis la bebe, y fue muy duro, pero el momento que llegas y les reciben las familias de acogida te das cuenta que ha valido la pena el esfuerzo del viaje” dice emocionado. Mira por el espejo retrovisor, “¿todos ok?”, pregunta.
-“Ok”, contesta Solomia.
El autobús se pone en marcha. Un nuevo hogar les espera al final del viaje. Pese a los 2800 km, Ucrania y Camp de Turia están más cerca que nunca.
Frente a la guerra, solidaridad. Si quieres colaborar:

Foto: Pere Arnaldo
Juntos por la vida han estado desde el 2 de marzo en la Frontera Polonia-Ucrania organizando el centro de refugiados en un antiguo centro comercial, TESCO. En Ucrania hay otros 20 voluntarios del país trabajando en los procesos de evacuación y otro equipo de voluntarios en València (Ruzafa) organiza la recepción y el acogimiento de los que llegan. Si quieres aportar algo para que continúen estos viajes ponte en contacto con la Asociación Juntos por la vida. https://www.juntosporlavida.org/donar
La ayuda puede ser de muchas maneras, tanto para acoger familias, como para aportaciones económicas, traductor de ruso o ucraniano, o cualquier otra forma de ayudar que creas puedas aportar.
AYUDA HUMANITARIA: ES91 2100 2967 8102 0004 2107
También puedes hacer llegar tu donación a través de BIZUM:
JUNTOS POR LA VIDA CV: Código identificador: 05152
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Gracias por describir la vivencia de tantas mujeres y niños ucranianos de una una manera tan clara y sin extridencias.
Te da una imagen nítida de la situación y te hace pensar en buscar soluciones para la vida de esas mujeres.